viernes 13 de diciembre de 2024 - Edición Nº2200

Cultura | 18 jun 2022

Literatura

Osadía - Un cuento de Isabel Rodriguez Varela

Nos llega un cuento a nuestra redacción de Isabel, quien es periodista, vive en Entre Rios y guarda "un vínculo familiar con los pagos de San Clemente del Tuyú que ha persistido con mucho amor con el paso del tiempo", según sus propias palabras.


OSADIA

Sucede que soy valiente. Esa es la razón por la que vuelvo cada tanto a este pueblo. Y desoigo a sabiendas la perfecta advertencia de Ernesto Sábato acerca de lo siniestro de volver a los lugares que han sido testigos de instantes de perfección.

Camino descalza por el asfalto que quema y mis pies miden 15 centímetros otra vez. Me rodean seis hermanos y cinco primos cuando juntos cruzamos apurados la avenida para llegar al médano que oculta la playa. El sol logra que el cielo tenga ese color que he visto solo aquí. Corremos al mar dejando toda la ropa de camino. Probamos la sal, la espuma, la arena y los mejillones crudos.

Hay una mujer con una cometa azul, la sigo y la alcanzo. Llamo a los demás para que la vean y nadie responde. Miro las olas y de pronto, no tengo miedo de estar sola. La gente me sonríe y es un día sin nubes. Un grupo de jóvenes se acerca y el mayor me carga en andas. Aplauden a su paso y yo: me siento la más linda del lugar.

Entre la señora de la sombrilla y un grupo de amigas con bronceador, mi madre se acerca corriendo y dice que soy su hija de cinco años. Lo niego con la cabeza y me aferro a Sebastián que es mi trono. Pero el infiel me posa en el suelo, besa mi mejilla y se va con sus rulos a otra parte.

El sonido del viento en la orilla me devuelve los 40 años que me separan o me acercan a esas vacaciones. Decido ir a la casa donde crié a mis grillos y donde mamá me retó cuando lloré tres días seguidos porque se los comió el perro. Tal vez, ella solo seguía enojada por mi atrevida y temprana idea de libertad de aquella tarde.

“Vive como quieras”, ese fue el nombre que eligió mi abuela en 1970 para su flamante casita en San Clemente del Tuyú, en la costa de Buenos Aires. Casi un manifiesto que salía a borbotones para aferrarse a la pared salada como estandarte. No lo tomaron a bien sus familiares políticos y -para restablecer la paz- el cartel definitivo remitiría ya no a su alma sino a su nombre: Deborita.

Parada en su vereda vuelvo a mirar la vida como era entonces. Y veo a mi abuela en su silla con un vaso de vino y esos ojos dueños de historias que puedo recordar. Sus manos, insinúan fortalezas que perduran. Y entiendo.

Descubro en el nombre que no fue, una invitación a la osadía. Un llamado a la determinación como garantía de una vida más honesta y creativa. Ahora sé que vuelvo a este -y a todos los mares- para recobrarla.

Isabel Rodriguez Varela

NdeR: Impecable

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