

La señal para el inicio de la sublevación se daría por radio, durante la transmisión de la pelea de boxeo entre Eduardo Lausse y el chileno Humberto Loayza
El movimiento estaba infiltrado por agentes del gobierno, que el 8 de junio ordenó numerosas detenciones entre gremialistas y activistas con el propósito de restarle sustento social al pronunciamiento.
Ese mismo día, Aramburu viajó a Santa Fe pero, antes de partir, dejó preparados los decretos 10.362, 10.363 y 10.364, que establecían la Ley marcial y la pena de muerte, pero que serían publicados en el Boletín Oficial una vez producida la rebelión.
LA MUESTRA DE UNA PERVERSIDAD TOTAL: FIRMARON LOS DECRETOS DE FUSILAMIENTO PERO NO LOS HICIERON PUBLICOS ANTES DE LA REBELION, CON LA CLARA INTENSIÓN DE DEJAR QUE LOS INSURRECTOS CONTINUEN CON SU PLAN, Y ASI ANIQUILARLOS.
La señal para el inicio de la sublevación se daría por radio, durante la transmisión de la pelea de boxeo entre Eduardo Lausse y el chileno Humberto Loayza, que se celebraba en la noche el sábado 9 de junio en el Luna Park.
El alzamiento se verificó en Campo de Mayo, la Escuela de Mecánica del Ejército, los Regimientos 2 de Palermo y 7 de La Plata, y en Viedma, Rosario, Rafaela y Santa Rosa, La Pampa.
En una casa de la localidad bonaerense de Florida, en el norte del Gran Buenos Aires, fueron detenidos varios civiles: algunos se aprestaban a facilitar respaldo operativo a la rebelión; otros, en cambio, se encontraban allí de forma circunstancial para escuchar la pelea de Lausse.
Los combates entre los efectivos del gobierno y los sublevados se produjeron entre las 22 y la medianoche del 9, en tanto que los decretos firmados por Aramburu se difundieron a las 0.30 del 10 de junio.
Esas normas fueron creadas para aplicarse de manera retroactiva, en una clara violación de los principios del derecho penal, ya que los fusilamientos estaban decididos de antemano.
En la madrugada comenzaron las ejecuciones de los detenidos, y el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, al mando de la Policía de la provincia de Buenos Aires, le ordenó al comisario Rodolfo Rodríguez Moreno fusilar a los detenidos de Florida, que se encontraban en una comisaría de San Martín.
Los 12 detenidos fueron llevados a los basurales de José León Suárez, donde cinco fueron asesinados por las balas policiales y los otros siete lograron escapar.
En la mañana, un tribunal militar presidido por el general Juan Carlos Lorio realizó un juicio sumario a militares sublevados y concluyó que los detenidos, aunque "culpables del delito de sedición", no debían ser fusilados.
Aramburu le ordenó al tribunal que rectifique su fallo y Lorio le pidió al mandatario que manifieste por escrito su decisión de ejecutar a los detenidos.
Valle fue asesinado el 12 de junio, pasadas las 22, en la Penitenciaría ubicada en la calle Las Heras, sin que medie una orden de ejecución por escrito
El militar que ejercía la Presidencia le respondió con la elaboración de una lista de 11 militares rebeldes que horas más tarde fueron pasados por las armas.
Ante la muerte de sus camaradas, Valle, escondido en una casa de la calle Corrientes, decidió entregarse a condición de que se detuviera la represión.
El general peronista fue conducido al Primer Cuerpo de Ejército, en Palermo, donde, tras un juicio sumario, se lo condenó a morir frente a un pelotón de tiradores.
Valle fue asesinado el 12 de junio, pasadas las 22, en la Penitenciaría ubicada en la calle Las Heras, sin que medie una orden de ejecución por escrito.
Rodolfo Walsh dio con Carlos Livraga, y con su testimonio el periodista reconstruyó la historia de los fusilados de José León Suárez y plasmó sus padecimientos en el libro "Operación Masacre"
Por su parte, Tanco se refugió en la embajada de Haití, pero el coronel Domingo Cuaranta irrumpió en la delegación diplomática y lo secuestró a punta de pistola.
Frente a las protestas del diplomático caribeño Jean Briere, el gobierno se vio obligado a respetar el derecho de asilo y le permitió al general volver a la delegación.
Meses más tarde, en un café de La Plata, un periodista interrumpirá la partida de ajedrez que jugaba contra un parroquiano al escuchar una frase inquietante: "Hay un fusilado que vive".
En base a ese rumor, Rodolfo Walsh dio con Carlos Livraga, y con su testimonio el periodista reconstruyó la historia de los fusilados de José León Suárez y plasmó sus padecimientos en el libro "Operación Masacre".