Locales | 18 mar 2024
TEXTOS PARA COMPARTIR
Enero y la escuela en la cárcel | Un relato de Laura Vidal
Un relato que por esos enigmas de la vida se fue posponiendo, pero fiel a esa creencia que en comunicación cada producción elige el momento de salir, éste es el oportuno para entregarles este contundente relato de Laura, tan bello como crudo, tal duro como la realidad que nos muestra.
Por Laura Vidal
Dos colectivos y una larga caminata al rayo del sol me esperan para ingresar a la Cárcel. Dos portones me separan de la escuela. En el medio, muros, rejas, calles interminables. Va quedando atras la vida al aire libre separada de aquello que no lo es. O no por el momento.
Bajo del colectivo, hay una larga fila de personas cargando bolsas esperando ingresar para la visita. En su mayoría son mujeres y niños. Llego al primer portón, me presento y muestro el Dni, anotan mí nombre en algún papel que tienen a mano y seguramente perderán pronto.
Comienzo la caminata, del lado izquierdo se ve la alcaidía separada del penal por un alambrado enorme, del lado derecho un muro gigante, lo bordeo porque ese es el camino que me lleva a la escuela. En el medio una cancha de fútbol improvisada, dos arco, el pasto crecido y lo que fué una pesa enorme de cemento y una tabla para hacer ejercicios que ya no existe, está rota.
Sigo caminando, me acerco al siguiente portón, con el Dni en la mano, veo tres caminones de traslado, sé que la entrada se va a demorar. Y efectivamente es así, me piden que aguarde, tienen que ingresar a los detenidos. Apenas paso el portón, hay un cuarto de vigilancia donde se anotan los ingreso y egresos, se retienen los dni, etc. Al lado, otro cuarto, con un pequeño agujero de forma cuadrada en la puerta, que se abre y se cierra con un pedazo de chapa, el ruido es espantoso, no hay otra entrada de aire, mucho menos de luz, ese lugar mide 2x2. Hay bultos tirados en el piso esperando por sus dueño, llegué a contar 12 aproximadamente. Son frazadas que envuelven y contienen la vida en el encierro de una persona. De 12 en este caso. Me pregunto de dónde vendrán, cuántas horas habrán pasado en ese camión que despide vapor desde las chapas, en este enero caluroso.
Entrego el Dni en la puerta, mientras recibo algunas preguntas ¿De dónde venis?¿Que taller vas a dar? ¿Es la primera vez que venís? ¿Que traes en la mochila?
Algunos gestos señalan mis pertenencias, detallo cada cosa que tengo en mí mochila como si fuera esa poesía que me gusta y recito de memoria: cuadernos, lápices, hojas, tiza y borrador, una botella de agua, mí billetera y la sube. Finalizo. Buscan mí nombre en un listado en el que nunca estoy anotada, se quedan con mi Dni y me consultan si puedo llegar sola a la escuela o si necesito personal que me acompañe. Respondo con monosílabos, generalmente.
Paso el siguiente portón, ingreso a un patio enorme, a la derecha un volquete lleno de basura, algunos perros echados al sol y varios sectores separados por alambrados y pequeños muros. A la izquierda una huerta hermosa, bien cuidada, al lado una capilla. A la derecha, el espacio de taller y el anexo femenino. Llego al último portón que me deja en la escuela. Entro al aula, 25 personas esperan que comience el taller. Saludan, nos presentamos. Algunos me dicen seño, yo imagino que esas personas no fueron a la escuela secundaria pero quizás me equivoqué, otros me dicen profe.
Yo les digo compañeros.