

La foto es del '76, mi primer grado en la escuela Juan B. Justo y el cuarto grado de mi hermana, cuyos maestros huyeron al exilio en cuanto el colegio fue intervenido.
Un hombre con pañuelo al cuello y modos castrenses ocupó la dirección, y la otrora escuela “progre” pronto se convirtió en un páramo.
Me pregunto qué decían las cartas de la Seño Gladys, desde Venezuela, comunicándose con quien fue su alumnita. Cómo seguir dando la mano a esa nena de nueve años que en Buenos Aires ya intuía el horror, cuidando como podía a su hermana chiquita frente a un procedimiento a plena luz del día: "apurate, no mires, caminá rápido".
Una tarde de invierno llegamos a casa. La electricidad del edificio había sido cortada y el lugar estaba tomado por hombres armados. Mi madre, subió los trece pisos llevando de la mano a dos nenas…a oscuras.
¿Qué nos habrá explicado?
¿Qué se habrá explicado?
Viajábamos mucho, teníamos casa rodante.
A cada puesto de control policial el aire se cargaba. Ganaba el miedo, como cuando quería patear un paquete en la calle y algún grito me congelaba: “¡NO!”
Quienes atravesamos los años del Proceso Cívico Militar crecimos junto al miedo sin nombre.
Con él vivimos, fuimos a la escuela, subimos escaleras, jugamos sin patear.
Y un día fuimos adultos. Dueños del pasado, responsables del futuro.
Hoy más de la mitad del pueblo eligió negar una historia cuyos aullidos aún se escuchan. Por alguna extraña alquimia, elegimos volver a ser chiquitos con miedo al miedo.
Pero no es lo mismo ser chico que encogerse. Así que no esperemos que nos lleven de la mano. Antes bien, será de los pelos…en la oscuridad.
En la foto Mercedes, la autora del relato, junto a Alicia Moreau de Justo