El día que usted me dijo “yo no entiendo mucho de autismo, pero quiero que sepa que cuenta siempre con mi apoyo, para lo que necesite, solo dígame”. Ese día solo pude sonreír y decir “gracias” con la voz temblorosa. Usted no sabe el impacto de sus palabras. 

Ese día lloré de emoción al sentir que no a todo el mundo le es indiferente la lucha de una madre o un padre con un hijo autista, y que siempre habrá seres sensibles como usted, que nos devuelven la fe en la humanidad, con unas pocas palabras sinceras y nobles. 

Y también, gracias a todo aquel que se acerca al ver a un niño en crisis no para decirles a sus padres que su hijo necesita ser educado y reprendido, sino para preguntar “¿puedo ayudar en algo?”  

Gracias a todo aquel que admite que no entiende el autismo, pero que demuestra que entiende de empatía.