Allá por el año 2020, los caminos de la vida me llevaron a asentarme por bastante tiempo en Merlo, ciudad ubicada en la zona oeste de mi queridísimo conurbano bonaerense o área metropolitana de Buenos Aires. Siete localidades conforman Merlo en la actualidad, y para ser más específico, mi paso por este lugar se situó mayormente en Parque San Martín, conformado por barrios con calles de tierra acompañados de humildad, tanto como zonas un poco menos accesibles para personas con bajos recursos, como lo era mi caso.
Los primeros meses fueron un poco aburridos; el hecho de no conocer a mucha gente me dificultaba entablar conversaciones más allá de las superficiales o cotidianas que uno tiene en comercios vecinos, sin contar las típicas interacciones al caminar por la calle, las mismas no iban más allá de un "hola, buen día" y "¿cómo estás?".
Promediaba el mes de agosto, cuando la señora Verónica (mi vieja) habría de comenzar a trabajar en una casa de familia conformada por gente bastante agradable. Reyneld, un colombiano que, al venir de su país buscando un mejor porvenir económico, terminaría por enamorarse de Daiana, una muchacha argentina que contaba con dos hijas de su relación anterior y una más en camino, producto de su amor con Rey, conformando así una bella familia.
Por esa época, yo había cumplido 16 años hacia unos meses atrás y, por ciertos motivos personales, abandoné los estudios secundarios para comenzar a trabajar y colaborar en casa, ya que solo existía un solo sostén económico, el cual era la señora Verónica.
Recuerdo que uno de mis primeros trabajos, o mejor dicho, "changas", era salir por algunos barrios de Merlo a vender chipa o sopa paraguaya. Mi recorrido no era muy corto, pero tampoco muy largo, como para no conocer partes de Merlo. La manera más común de vender estos productos era al grito de "Chipa calentito", repitiéndolo varias veces, pero yo... no vendía así, yo era muy vergonzoso para salir por la calle gritando sobre el producto que vendía; simplemente me remitía a tocar las manos, casa por casa, ofreciendo los mismos.
Trabajar en la calle vendiendo suele ser un poco hostil, hay gente que tiene mucha cancha (experiencia) para esto, y después estaba yo, que la verdad. no me agradaba para nada. Uno debe estar preparado constantemente para el "no" o para algún que otro mal trato, un mal comentario o simplemente el hecho de ser ignorado.
De todos modos, no todo es mala experiencia el vender en la calle: hay gente que no compra, pero regala alguna que otra anécdota o recomienda tu producto a otras personas, tal fue el caso del viejo de Bettinoti. Para ser sinceros, no recuerdo su nombre y nunca me esforcé en memorizarlo: yo solo pasaba ofreciendo chipa, como en todas las casas.
El viejo era un abuelo de unos setenta y pico de años que vivía solo: siempre se lo veía en el frente de su casa tomando vino y saludando a la gente, las primeras veces que pasé por su casa, el tipo compraba un poco de chipa para dárselo a su perra.
"Aquí no hay viejos
Solo que llegó la tarde:
Una tarde cargada de experiencia
Experiencia para dar consejos
Aquí hay viejos
Solo que llegó la tarde
Viejo es el mar y se agiganta
Viejo es el sol y nos calienta
Vieja es la luna y nos alumbra
Vieja es la tierra y nos da vida
Viejo es el amor y nos alienta
Aquí no hay viejos
Solo nos llegó la tarde"
El viejo, luego de su carrera como boxeador, la cual se vio detenida porque, de manera textual, me dijo: "me hicieron la cama" -yo viajaba por todo el país peleando y haciendo demostraciones, viajaba en avión como si fuera famoso, comía en los mejores lugares codeándome con gente muy grosa del deporte, pero un día mi vieja se enfermó de esclerosis y tuve que estar con ella- "viste que a la mamá nunca se le dice que no"- La gente que me manejaba los contratos, viajes, peleas, se aprovecharon de mi ausencia y también de la situación con mamá para dar su tajada, sacar plata y "hacerme la cama".
El paso del tiempo hizo lo inevitable, que es el desgaste o el desarrollo, dependiendo el caso; la madre del viejo murió, su carrera se vio opacada por las sombras que deja la ausencia y, así como si nada, se apagó. El alcohol hizo de compañía: por suerte, tenía el rancho que dejó la finada: los años pasaron en compañía de falsos elíseres, mientras que los amigos del campeón brillaron por su ausencia en su máximo esplendor.
El viejo ya era un vecino del barrio al cual le tenía mucho cariño; siempre lo veía en su casa o comprando en algún negocio, tiraba sus chascarrillos y se iba. La última conversación que tuve con el viejo fue hace un tiempo largo ya; estaba bastante desgastado; lo vi sentado tomando vino solo, ya que la negra había fallecido, con una sonda claramente conectada a su vejiga, me comentó que quería vender la casa e irse a vivir al Chaco con un sobrino que era muy cercano al mundo del boxeo.
Mis días claramente pasaron; tuve otros trabajos y mambos naturales que surgen con el tiempo. Una vez, viniendo en el bondi, aproveché a bajar cerca de su casa para hacer una compra y pasar a verlo, y no estaba el viejo; había un señor mucho más joven que era muy similar al viejo. Yo, muy curioso y casi en confianza, sin conocerlo, le pregunté: "¿Y cómo anda el viejo?" -Mi papá falleció el jueves-, me dijo. Yo no tenía gran vínculo emocional con el viejo, pero al escuchar eso fue como un balde de agua fría cayéndome en otoño. Le pedí disculpas por el atrevimiento y me fui caminando un poco cabizbajo.
Sea donde sea que estés, ojalá estés mejor, viejo.