

El balneario de Las Toninas, acostumbrado al ritmo tranquilo de la vida costera, se vio sacudido por un crimen que parece sacado de una novela negra. Un empleado asesinó a su jefe, usurpó su casa y enterró el cuerpo en el patio. Durante días, fingió normalidad: atendía el negocio, usaba el auto de la víctima y respondía los mensajes de su celular como si nada hubiera ocurrido.
La víctima, Aaron González Rodríguez (46), era conocido por ser el dueño de la fábrica de pastas El Raviolito, un emprendimiento que se había ganado el cariño de los vecinos. Su empleado, Blas Sosa (35), había llegado desde Tigre buscando un nuevo comienzo. Entre ambos parecía haber nacido una amistad: incluso formaron juntos una pequeña banda de reguetón llamada Dandys. Pero detrás de esa aparente camaradería se gestaba una tragedia.
La desaparición repentina de González encendió las alarmas. Los vecinos notaron movimientos extraños en su casa y un comportamiento cada vez más errático por parte de Sosa. “Decía que Aaron se había ido de viaje y que él se quedaba a cuidar todo”, contaron algunos. El detalle que terminó de romper el silencio fue un mensaje de WhatsApp: un amigo de la víctima percibió un tono ajeno en las respuestas y denunció el hecho ante la Policía.
A partir de allí, las pruebas comenzaron a encajar. Los investigadores cruzaron los registros de cámaras de seguridad y los movimientos de los teléfonos. Un allanamiento terminó de confirmar las sospechas: un perro rastreador, Tango, marcó un punto en el terreno de la casa donde, horas después, encontraron el cuerpo enterrado.
El hallazgo, confirmado por los peritos, mostró que el cuerpo estaba en avanzado estado de descomposición. En el interior de la vivienda, el uso de luminol reveló manchas de sangre en el baño y debajo de una escalera, lo que indica que allí habría ocurrido el crimen.
Sosa fue detenido junto a su pareja, quien declaró que el hombre le había confesado el asesinato mientras consumía drogas, aunque dijo no haberle creído. Ahora enfrenta cargos por “robo agravado por codicia seguido de homicidio”, una figura que podría llevarlo a prisión perpetua.
Más allá del horror del hecho, el caso deja una inquietante reflexión sobre los límites del engaño, la ambición y la violencia. En una comunidad pequeña donde todos se conocen, la traición no solo termina con una vida: también destruye la confianza en lo cotidiano.