

Un episodio que había generado preocupación en La Lucila del Mar dio un giro inesperado. El docente y militante de derechos humanos Nicolás Monje había denunciado la aparición de un extraño objeto en el patio de su vivienda: un bulto envuelto en bolsas negras y atado con cinta, que simulaba un cuerpo humano. El hallazgo fue interpretado como una amenaza contra su persona, lo que desató la solidaridad inmediata de la comunidad educativa y organismos de derechos humanos.
Sin embargo, en las últimas horas se conoció la explicación del origen del supuesto “mensaje mafioso”. Un grupo de estudiantes de quinto año reconoció públicamente que el objeto era un muñeco que habían armado como parte de la decoración de Halloween durante la Semana del Estudiante. Al finalizar la jornada, sin ganas de cargarlo hasta sus casas, uno de los chicos lo arrojó al frente de una vivienda sin reparar en las consecuencias.
“El muñeco es nuestro, no hubo ninguna intención de amenaza”, explicaron los jóvenes en un comunicado difundido por redes sociales, donde pidieron disculpas por la confusión y aclararon que nadie busca intimidar a nadie.
El episodio, que escaló hasta denuncias judiciales y cobertura mediática, terminó revelándose como un malentendido. No obstante, puso en evidencia la sensibilidad social frente a episodios de violencia y la necesidad de esclarecer con rapidez hechos que involucran a docentes y militantes de derechos humanos.
Lejos de ser una intimidación mafiosa, el caso quedó como una advertencia sobre cómo las acciones aparentemente inocentes pueden adquirir dimensiones graves en un contexto social marcado por la preocupación ante las amenazas y la violencia.