Por Darío Gregorio Molina

La obra recorre momentos clave en la vida de Eva Duarte: su llegada a Buenos Aires, su relación con Perón y su papel protagónico en la política argentina. La puesta en escena revela no solo su faceta pública sino también su intimidad, su fuerza, y su lucha por la dignidad en tiempos de profundos cambios sociales.

Una de las escenas más intensas revive la huelga ferroviaria entre noviembre de 1950 y enero de 1951. En ella, Evita visita de madrugada los talleres de Remedios de Escalada para exigir a los obreros que levanten la medida contra el gobierno. El diálogo entre Eva y un delegado sindical, que se reivindica peronista, expone tensiones profundas: los trabajadores reclaman lo que consideran justo, mientras Eva, con dureza, los acusa de hacerle el juego a la oligarquía.

– “¿Qué hubieran comido si ganaba la Unión Democrática? Mierda hubieran comido”, lanza Evita, en una línea tan potente como incómoda.
La respuesta del delegado, sin embargo, descoloca:
– “Las elecciones no las ganó Perón, las ganamos nosotros.”

El intercambio refleja una tensión no menor en la historia peronista: el límite entre el liderazgo y la base, entre la esperanza y la decepción. ¿Es esta escena un acercamiento de Eva a los trabajadores o un ultimátum? El final abierto deja que cada espectador saque sus propias conclusiones.

La obra adquiere resonancia actual, en un contexto donde aún se escucha el eco de la Plaza de Cristina, heredera simbólica de Evita. Y deja entrever, también, cómo la historia oficial suele dejar afuera a los que disienten.

Una cita imperdible para pensar el pasado… y el presente.